La vieja carnicería, más sofisticada

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No hay medias reses colgadas, ni el típico carnicero que espera a los clientes con un delantal ensangrentado detrás de un mostrador. Los cortes frescos están servidos en bandeja, envasados al vacío, a disposición del público. Las heladeras cubren el perímetro del local ubicado frente a la estación del ferrocarril Mitre, en San Isidro. Difícilmente quien pase distraído por allí, sin prestar atención a los carteles, pueda descifrar que se trata de una carnicería. Según lo definieron sus creadores, se trata más bien de una “boutique de carnes”.

Fernando Barbero y Zacarías Withington, dos amigos de 24 y 23 años, inauguraron el local hace unos diez meses, cuando decidieron aventurarse en la venta de carnes. Pero no de cualquier manera, sino con originalidad. “Queríamos cambiar el formato típico de una carnicería de barrio; hacer como un miniautoservicio donde la gente entrara, eligiera y se fuera. Y combinar rapidez, calidad y buen precio”, dijo Barbero a LA NACION.

En el local, el sonido de la cuchilla se escucha lejano. El carnicero que carga las heladeras está detrás de escena, dispuesto a intervenir si los productos no coinciden con la búsqueda de algún cliente. “Priorizamos la agilidad, pero también ofrecemos una atención «más allá de la góndola» sin eliminar la relación entre el carnicero y el cliente, que en el rubro es muy importante”, destacó Withington.

Se conocieron en las inferiores de rugby del club Pueyrredón y habían pensado en hacer un negocio juntos, combinando las habilidades de administrador de Fernando con la experiencia de Zacarías en compras y trato con proveedores. Lo de la carne surgió como consecuencia de un emprendimiento del hermano de Zacarías, que hacía asados para eventos. Cuando se fue a vivir al exterior, Zacarías se convirtió en sucesor natural del “catering de asados”.

Así, con una base de proveedores y compradores abrió “Campos del Alba”. Primero fue un servicio de delivery. Luego, la disponibilidad de un local ubicado frente a la estación aceleró los tiempos, y la carnicería abrió con heladeras repletas de carnes rojas, sustitutos, fiambres y vinos.

Para eso fue necesario un crédito de tipo leasing por 130.000 pesos para la adquisición de maquinarias con el banco Macro (también sellaron un acuerdo con esa entidad para ofrecer descuentos). Contactos del rugby los ayudaron con el equipamiento, la estética y la inclusión de otros productos.

Introducirse en el mercado no fue fácil, pero supieron rodearse de maestros. Uno de ellos fue -y continúa siendo- Sergio Cabral, que atendió a los Withington “desde siempre” y hoy es una pieza fundamental de Campos del Alba.

La apuesta fue significativa. El tiempo libre se volvió casi nulo; las vacaciones de verano pasaron casi inadvertidas e incluso el estudio pasó a un segundo plano. “Esto no es para vagos. Es el triple de esfuerzo que trabajar en relación de dependencia”, advirtió Barbero. A menos de un año, la dedicación fue un acierto. Ya organizan la apertura de dos locales en la Capital Federal.

Entre las complicaciones, una de las mayores fue la de las alzas de precios. “Hay momentos en los que se pueden trasladar, pero no todos los días”, señaló Zacarías. Intentan mantener el valor de los productos por debajo de lo que se paga en un supermercado. Crearon “combos” que permiten un ahorro en el costo final y un sistema de ofertas semanales como incentivo. Otra estrategia fue la de multiplicar los canales de venta: además de la presencial y la telefónica, abrieron el sitio www.camposdelalba.com.ar .

Fuente | La Nación